El Club de la Serpiente

Pavese, Unamuno y el suicidio


Un domingo de agosto de 1950, Cesare Pavese, salió de su casa, atravesó la ciudad y tomó una habitación del hotel Roma con una única, secreta, intención: suicidarse. Antes, desde la soledad de una oscura pieza de hotel (mi imaginación le ha agregado al relato una lluvia lenta y persistente, y desde entonces prefiero imaginarlo así), el poeta realizó cerca de una docena de llamados telefónicos. Todos los llamados fueron a mujeres. Cesare Pavese se mató esa misma tarde, en esa misma pieza de hotel. Desde que leí por primera vez esta crónica, casi impúdica, del que sería el último día del poeta (el mismo que escribió "vendrá la muerte y tendrá tus ojos"), no pude sustraerme al hecho absolutamente desolador, lo espantosamente triste que debe ser matarse una tarde de domingo en un cuarto de hotel. Tampoco pude dejar de
advertir cierto ánimo de velada venganza detrás de los llamados teléfonico. Pavese no llamó para anunciar su inminente suicidio, ni siquiera para despedirse. Invitó a todas y a cada una a salir, sabiendo de antemano que todas lo rechazarían. Once días antes había escrito la última página de su diario. Allí anotó: "las mujeres mienten, mienten siempre... tienen la mentira en los mismos genitales". Personalmente, tiendo a creer que Pavese no está hablando de "las mujeres". Él sabe que estos textos serán leidos después de su muerte. Leídos, en especial, por una mujer: Connie (o la donna della voce rauca). Literatura, odio a las mujeres, desesperación, no hay otra cosa en las anotaciones del diario que llevó como una confesión deliberadamente rencorosa durante quince años. "los suicidios son homicidios tímidos", escribió en esa última
página, y agregó: "nadie se mata por el amor de una mujer, se mata para matar el universo. Escribes para estar como muerto, para hablar desde fuera del tiempo, para convertirte en un recuerdo".

No hay más que un problema filosófico realmente serio, escribió Albert Camus: el suicidio. La única cuestión es si la vida merece o no ser vivida. Unamuno dirá que esta frase es un énfasis, una reflexión de papanatas (la cita es textual), una idea francesa: la única cuestión, es como no morirse nunca. Vivir es obrar, hacer una obra: imitar a Dios, dice Unamuno, la venganza del artista contra la muerte, el triunfo de la creación humana contra la destrucción divina. Alguien, no recuerdo quién, escribió una vez: "no puedo dejar de sentir que el hecho del suicidio encierra una especie de broma macabra, un desesperado humor ante la muerte: como bajarse los pantalones en un velorio". 

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