El Club de la Serpiente |
AnibalMi empecinada forma de vagar por lugares remotos, el modo no convencional de tomarme vacaciones y aquellas salidas de montaña me llevaron a conocer ciertos personajes, que no son aquellos con quienes estamos acostumbrados a convivir en las grandes ciudades. Así en agosto del 99, en el Valle del Río Azul, a través de su cañón y buscando las laderas del Cerro Hielo Azul llegamos a un lugar paradisíaco: el Refugio Hielo Azul, a dos días de marcha del teléfono o cualquier otro signo de "civilización". Emplazada en el medio del bosque de coihues, lengas y pehuenes encontramos una cabaña de troncos con techos a dos aguas de tejas pizarra de madera. Como si el bosque hubiera consentido que la presencia del hombre se mimetizara con él, ingresamos en este mundo. La salamandra de manufactura local y la cocina económica combatían el frío en los días de Aníbal. Este hombre de 48 años, delgado, con rasgos muy marcados, un bigote tipo Errol Flyn, cabellera de pelos largos y rubios peinados hacia atrás, tenía su piel curtida por el frío. Su voz delicada y sus movimientos pausados nos dieron la bienvenida. Nos recibió con una taza de té caliente, era su trabajo desde hacía 10 años, ya que se desempeñaba como refugiero para una Asociación Andina de El Bolsón. "... Diez años es mucho tiempo" afirmaba cuando se refería a ésta como si última temporada, claro que desde hace ya 5 años venía diciendo, "... esta es mi última temporada".
Seguramente el invierno lo hacía bajar los brazos, éramos las primeras personas en subir desde abril. En el verano cuando la práctica de senderismo, treek y escalada son más frecuentes el refugio cobra otra vida y lo anima para decidirse por una temporada más, aunque en julio el aislamiento vuelva a hacerlo arrepentir. Sus ojos a pesar de que tenían brillo propio reflejaban el cansancio que produce vivir en el pasado sabiendo que existe un presente, presente que desde hace ya un tiempo empezó a alejar cuando sus bajadas de aprovisionamiento pasaron de ser quincenales a una sola vez en los inviernos de cinco meses. ¿ Qué puede llevar a una persona a elegir ese modo de vida? Una respuesta facilista diría "alguien tiene que hacerlo", pero creo que la respuesta más acertada fue la que contestó Aníbal. Miró los leños encendidos durante unos segundos, viró la cabeza hacía mí y sin pestañear afirmó "... no sé, no lo sé". Me limité a observar la actitud de Aníbal, buscando en su mirada y sus gestos ampliar la respuesta. Pude ver en ellos una suma de recuerdos, vivencias, hasta algunos reproches, todo entrelazado entre sonrisas imperceptibles y miradas que encerraban congoja, gratitud y placer. No tengo dudas de que él sí sabe la respuesta, aunque aún no halla encontrado las palabras. En esos 10 años había desarrollado otros sentidos, tenía identificados todos los sonidos del lugar, conocía el lenguaje del bosque, predecía el clima con sólo observar el cielo. A pesar de manejar varios idiomas, un perfecto italiano, autodidacta en inglés y francés, hablaba muy poco ya que su forma de comunicación más fluida era aquella que usaba con su hábitat. Cuando salíamos a buscar nieve para proveernos de agua, Aníbal se convertía en el traductor del sutil sonido de una mara desplazándose sobre la nieve, un pájaro carpintero en procura de alimento o el correr del agua debajo del hielo del arroyo Teno. Para nosotros que apenas comprendíamos el sonido del viento, Aníbal encontraba siempre la explicación adecuada que nos llevaba de la contemplación del paisaje a la comprensión de la naturaleza que, aunque sea redundante decirlo, siempre es sabia. En las noches a nuestro regreso de escaladas diurnas e intentos fallidos de cumbre, él se sumaba a las cenas trayendo algún licor de su propia elaboración. Era en esos momentos donde se podía entrever que no siempre formó parte de ese lugar, que alguna vez estuvo en contacto con el smog, al que recordaba sin extrañar. Sus inquietudes pasaban por saber si San Telmo aún conservaba su magia o si el tren mixto de Constitución seguía estando, barrios que lo vieron crecer hasta el día en que decidió emprender el viaje que aún no ha terminado. Su búsqueda lo llevó a conocer Machu Pichu y más al norte de las ruinas aztecas, su viaje lo trajo hasta aquí y aunque hace mucho tiempo que se ha asentado, no parece ser éste el fin de su itinerario. "Siempre volveré al lugar que Nguenechen creó para mí", afirmaba Aníbal perdiendo su vista en el licor de cerezas, aunque lo mas probable es que su próximo viaje sólo le demande dos días de marcha. Lanus |